25 de agosto de 2007

El camino del Inca

A la semana de llegar a Tarija, Gerald me propuso aconpañarle a él y a una amiga a descender el Camino del Inca. Por supuesto accedí, así que el sábado nos levantamos bien temprano para agarrar la flota de las 7 de la mañana camino de Iscayachi. De repente, en medio de ninguna parte, la flota se paró y un montón de gente bajó del bus. Pensé que el conductor paraba para hacernos estirar las piernas o mostrarnos el paisaje, cuando me di cuenta de que la gente se ponía a orinar en el pasto. Lo más impactante eran las mujeres de pollera que, ni cortas ni perezosas, se subían la falda, se agachaban en el suelo y orinaban tranquilamente. A mí el frío de la mañana me impedía realizar cualquier tipo de función que no fuese fregarme las manos.

En Iscayachi compramos algunas cosas que nos iban a ser de gran ayuda, como velas, para superar la oscuridad del refugio; galletitas, base de nuestra alimentación en los siguientes días; y coca, por si sufríamos del mal de altura.

Iscayachi se comunica con Tajsara, donde está el refugio, a través de una pista de tierra por la que increíblemente pasan las flotas que van camino de Tupiza, pero que no tienen parada en la aldea. Así que si quieres llegar al refugio o caminas 30 km o paras a la primera movilidad que pase. La tercera en pasar fue la que aceptó llevarnos sin antes advertirnos: "Agárrense bien que llevo prisa". Era una ranchera de aquellas que tienen la parte de atrás descapotable preparadas para llevar carga. Y ahí íbamos nosotros, a 80 por hora, por el camino de tierra, dando botes a un lado y a otro, sin poder soltarnos las manos ni un momento. No lo negaré, ¡fue super emocionante!

La ranchera nos dejó a 8 km del refugio, así que al bajar tuvimos que caminar un ratito. ¡El refugio es espectacular! Se trata de una construcción de adobe y piedra, financiada por un proyecto de la Agencia de Cooperación Española, entre otros, y gestionado por los habitantes de Tajsara. Las camas tienen colchas preciosas tejidas artesanalmente por los telares de la aldea y teñidos con tintes naturales. Lo mejor, por supuesto, es el entorno. A la altura de 4.100 metros se plantan ante tus ojos una colección de lagunas y un desierto de dunas. ¡Simplemente increíble! Y como habíamos previsto, nos asaltó el mal de altura, que se manifiesta con mareos, náuseas y cansancio. Así que prácticamente el resto del día lo pasamos descansando. Yo me sentí bien después de tomar un mate de coca, pero Carolina, nuestra amiga, sufrió un poco más que yo. ¡Y eso que es boliviana! Pero Tarija está a 1700 metros y el Valle de Sama es prácticamente un desconocido para los citadinos, demasiado encantados con su ciudad.

Esa noche los encargados del refugio nos prepararon una sopa a base de charque de llama riquísima, acompañado con un vino tarijeño. Parecíamos mataharis en vez de excursionistas. El charque es carne deshidratada que se come a menudo en las zonas de montaña. De esta manera consiguen mantener la carne. Pronto la noche estrellada cubrió nuestras cabezas, las velas se apagaron y pudimos disfrutar de una lluvia de estrellas fantástica. En realidad sólo dos o tres estrellas cayeron, pero fue fantástico.

Al día siguiente seguimos haciendo poco honor al código de los excursionistas y nos levantamos a las 8. Un guía nos acompañó hasta el inicio del camino del Inca, mientras nos explicaba el uso que el curandero daba a las pocas plantas que íbamos encontrando en el camino. Antes de iniciar el camino del Inca nos hicimos la última foto de la exursión con el guía. Así que no hay fotografías del camino del Inca, pero os diré que el camino consiste en una vereda empedrada, increíblemente conservada, delimitada por un murito de piedras y que sube y baja por los enormes cerros de la zona. Cuando estás arriba te muestra todo el valle, cuando estás abajo el río te acompaña. ¡No sabían nada estos incas! Después del medio día llegamos a un segundo refugio donde comimos, y aunque las fuerzas flaqueaban decidimos continuar hasta Pinos Sur. ¡En total 8 horas de caminata! Mis piernas eran palos de hockey cuando llegamos al final del camino. Era incapaz de doblarlas, asemejando mi usualmente atractivo caminar Montaña al estilo de Robocop.

En Pinos Sur, los propietarios de la única pensión del pueblo nos trataron de nuevo como reyes. Una ducha y un lomito con papas, arroz y huevo frito nos devolvieron el aliento y la palabra. El señor de la pensión nos dio el honor de escribir nuestros nombres en la primera página de su libro de huéspedes. Éramos los primeros.

A las 4 de la mañana debíamos estar en planta para tomar el único bus del día a Tarija. Pero nos despertamos mucho antes, en medio de la noche, azotados por una caballería de soldados que levantava polvo a su paso. Eso me imaginé yo hasta que me saqué la arena de la boca y abrí los ojos. La puerta y la ventana del cuarto se habían abierto de golpe por culpa de un viento de mil pares de cojones, que no estaba dispuesto a dejarnos descansar. Pero en los momentos más duros, una agudiza el ingenio e inventa cualquier método para cerrar una puerta y una ventana que no tienen pestillo. Ahí llegó Robocop y las atrancó no se sabe cómo, pero funcionó.

Todavía de noche, el señor de la pensión nos acompañó a la "parada" del micro a pesar de nuestra inistencia por que no lo hiciera. Bien sabía él que ese excelente trato iba a reportarle la mejor publicidad en mi blog. Así que ya sabéis, cualquiera que ande leyendo esto, si alguna vez os encontráis en Pinos Sur, departamento de Tarija, no dudéis en acercaros a la única pensión del pueblo. No puedo decir que no tiene pérdida, pero sin duda os ayudarán a llegar.