3 de octubre de 2007

De nuevo en Tajzara

Quería compartir con Oriol el increíble paisaje de las lagunas de Tajzara, en el Valle de Sama. Yo había estado allí meses antes, en el primer fin de semana en Tarija, acompañada de Gerald y Carolina. Esta vez también tuvimos compañía. Ramón, el marido heredado de Sara y mi compañero de casa, se apuntó en el último momento a la excursión. Nos llevó en su auto: Oriol siempre dormido atrás (todavía le duraba el cansancio del viaje desde Buenos Aires) y yo cabeceando por momentos luchando contra el agradable calorcito del interior del coche. ¡Vaya, que si llega a ser por nosotros dos perecemos en cualquiera de las terribles curvas de la cuesta de Sama! Afortunadamente no fue así y llegamos a nuestro destino sanos y salvos, pero con ganas de mayores aventuras y mucha hambre.

Después de un mediocre almuerzo en uno de los 3 restaurantes del pueblo, seguimos hasta la Laguna Grande. Allí tuvimos un ataque de prepotencia y, obviando el claro nombre de la laguna, nos pusimos a caminar con la intención de recorrer todo su perímetro. Sólo deciros que la Laguna Grande es la ostia de grande y que tardamos 6 largas horas en regresar al punto de partida, cuando el frío y la noche empezaban a recordarnos lo atrevidos que habíamos sido. Pero antes de que llegase la preocupación, disfrutamos de la belleza de centenares de flamencos que al acercarnos alzaban el vuelo e impedían así que dejásemos de mirarlos y fotografiarlos (ese síndrome que creíamos propio únicamente de los japoneses, pero que un día descubrimos con sorpresa también en nosotros mismos, fruto de la era digital).

Para cuando llegamos al coche (confieso que por un momento pensé que la única justificación para que tardásemos tanto en llegar a él era porque nos lo habían robado) había oscurecido y las nubes se paseaban airosas al nivel del suelo; estábamos a 4.100 metros de altura. Cerca de la congelación, nos metimos en el coche e intentamos sortear la niebla con unas ganas locas de dejar atrás aquel lugar húmedo cuanto antes. Será porque lo intentamos que a los 20 minutos nos vimos obligados a parar por un pinchazo en la llanta. Así que bájate del coche, adáptate de nuevo a esa temperatura infernal y cambia la rueda. Afortunadamente, Ramón estaba puestísimo en ese tipo de ejercicios y dotado de todo el material necesario. Así que en menos que canta un gallo volvíamos a estar dentro del coche camino de Iscayachi, de donde esa noche íbamos a coger un autocar con destino final Tupiza.