5 de octubre de 2007

Encuentros y desencuentros en el Salar de Uyuni

Nuestra intención era pasar un día en Tupiza conociendo una ciudad que nadie recomendaba con el objetivo principal de contratar alguna agencia que nos llevase al Salar de Uyuni al día siguiente. Pero al llegar a la terminal de autobuses a las 4.30 de la mañana y presentársenos un muchacho prometiéndonos una salida inmediata hacia el Salar, no tuvimos más que decirle que sí y cambiar nuestros planes. Además, nos dejaba descansar en una cama nuestros cuerpos castigados tras 8 horas de viaje infame.

Aunque la salida no fue tan inmediata como nos prometieron (porque la agencia nos obligaba a pagar en dólares el tour ¡¡en Bolivia!! y si pagábamos en bolivianos nos aplicaba una tasa de cambio totalmente perjudicial para nosotros), salimos aquel mismo día. Un 4x4 nuevo de trinca, un matrimonio de bolivianos, que hacían de guía y cocinera, una pareja de holandeses, que hacían de garrulos y avergonzantes europeos, y nosotros. Por amabilidad cedimos inocentemente los primeros dos asientos del vehículo a los holandeses, relegándonos a nosotros mismos a dos asientos minúsculos en la parte de atrás, en los que Oriol tenía que sentarse de lado todo el tiempo. Harto incómodo, teniendo en cuenta, además, que conducíamos por caminos de tierra en plena montaña. Pero pensamos que sería por un día, a lo sumo dos de los tres que duraba el viaje. De esa cesión nos arrepentimos enormemente cuando descubrimos que nuestros hermanos holandeses no pensaban instaurar un turno rotativo de asientos, muy al contrario, pensaban benefaciarse de nuestra buena voluntad todo el tour. Como comprenderéis, cuando fuimos conscientes de ello hubo una ruptura en ese mini mundo en el que vivíamos sobre 4 ruedas.

¡Pero el viaje en sí fue estupendo! Antes de llegar al Salar de Uyuni visitamos parajes impresionantes como la Laguna Colorada, la Laguna Hedionda... y las pequeñas comunidades que habitan cerca de esos lugares y que viven en su mayoría del cultivo de quinua y de la carne y la lana de llama, alpaca o vicuña. Pocas veces encontramos gente en las comunidades. Nuestro guía nos decía que trabajaban en el campo todo el día y que por eso no veíamos a nadie, pero nosotros empezamos a sospechar que la gente que allí vivía no deseaba el contacto con extranjeros y por eso se escondían cuando llegábamos. Por fin encontramos una comunidad plagada de niños y conseguimos despertar su interés por nosotros y por nuestra cámara de fotos. Y nos quedamos tranquilos.


Por el día andábamos en 4x4 casi todo el tiempo. El guía nos había dicho que podíamos detenernos y bajar en cualquier momento, pero nuestros amigos holandeses y nosotros no teníamos exactamente la misma idea de viajar y a veces se hacía algo difícil acordar el lugar que todos queríamos visitar. Básicamente, nosotros queríamos bajarnos en todos los lugares y a ellos les bastaba con bajar la ventanilla y sacar una foto.

Por la noche dormíamos en humildes estancias que las comunidades preparaban para los turistas y a las que nunca veíamos que se pagase. Un día nos percatamos de que las dos docenas de huevos que llevábamos cargando todo el camino en el maletero habían desaparecido sin que nosotros las disfrutáramos y llegamos a la conclusión de que nuestro guía y su mujer pagaban parte de los servicios de las comunidades con víveres. Comprendimos el escaso valor que tenía el dinero frente a los alimentos en esas zonas, a 4.000 metros de altura y 3 días de camino a pie de un núcleo urbano, donde lo que verdaderamente escasea no es "la plata" sino algo que llevarse a la boca.

La segunda noche decidimos "enfrentarnos" a nuestros hermanos europeos y consultar su opinión sobre la posibilidad de intercambiar los asientos el último día. Ella accedió sin problemas, él, el muy perro, pareció oponerse. Por suerte, la que mandaba en esa relación era ella y a la mañana siguiente nos levantamos más alegres por saber que disfrutaríamos de más espacio para nuestros malhogrados cuerpecillos. El cambio de lugar dentro del automóbil nos permitió acercarnos un poquito más a nuestros compañeros bolivianos y preguntando preguntando conseguimos armar un pequeño diccionario quechua-español, pues no se había dicho aquí, pero nuestra casa movil a 4 ruedas era una verdadera torre de Babel en posición horizontal: se hablaba holandés, inglés, quechua, catalán y castellano. Sin duda, esa fue la mejor jornada. Además fue el día que pisamos el Salar de Uyuni, el salar más alto y más grande del mundo, una extensión enorme y absolutamente impactante. En medio del camino, en medio de una nada inmaculada y salada, se levanta una isla de tierra habitada por cactus gigantes de hasta 12 metros de altura. Se dice que los cactus crecen 1 centímetro por año, así que el más alto de los ejemplares que allí vimos tenía la irrisoria edad de 1200 años.

Cuando llegamos a la ciudad de Uyuni, el viaje se dio por terminado. Los holandeses, ni amigos ni hermanos por ese entonces, exigieron ir a visitar un cementerio de trenes que indicaba su Lonely Planet y a donde nuestro guía se negaba a llevarnos por considerarlo una vergüenza de lugar. Al final se impusieron los neérlandeses y fuimos llevados hasta allí. Lo cierto es que era un sitio curioso, lleno de trenes oxidados por el tiempo y el olvido, con las ruedas enterradas por siempre en la arena; un lugar ideal para rodar alguna escena del Tercer Hombre.

Y hasta ahí. Nos despedimos en Uyuni de nuestros compañeros. De todos, porque nosotros somos unos señores, pero especialmente de nuestro guía y de nuestra cocinera, que son un par de profesionales como la copa de un pino. Si alguna vez queréis vivitar el Salar de Uyuni, no dudéis ni un momento, ponéos en contacto con ellos: wilferchoque@hotmail.com. El nombre del guía es Wilfer y vive en Tupiza. Su mujer se llama Flavia.

A pesar del trote de 3 días sobre 4 ruedas, Uyuni nos tuvo consigo solamente unas horas. Con el crepúsculo Oriol y yo tomábamos un autobús que nos llevaría, después de muchas más horas de las que puedo contabilizar, a Sucre.