17 de octubre de 2007

La otra capital

El lugar donde está situada la ciudad de La Paz es como una olla. Algunos dicen que debido a esa forma las energías no fluyen en La Paz. Yo sólo noté que costaba mucho respirar y el cansancio me alcanzaba antes de lo habitual.

Al revés de lo que sucede en muchos lugares, el centro histórico se encuentra en la zona más baja de la ciudad, en la base de la olla, a 3660 metros, y a partir de ahí crece hacia las alturas, o mejor dicho, hacia El Alto, una ciudad satélite donde vive la mayor parte de la inmigración rural, en este caso aymara, que llega a La Paz en busca de trabajo. Oriol y yo nos alojamos en un hostal situado en un término medio: a mitad de camino entre la parte alta y la baja, a mitad de camino de una calle empinadísima (riánse ustedes de la calle Praga) y a mitad de camino del ascensor del edificio, el primer ascensor que veía en Bolivia. Muchas otras cosas vimos en Nuestra Señora de La Paz por primera en en este país. A pesar de lo caótico de la ciudad, La Paz tiene de todo lo que estamos acostumbrados a ver en una ciudad. Éste es el centro del poder económico, ejecutivo y legislativo del país.

De todo lo que vi, hubo dos cosas que me impactaron especialmente de la ciudad. Una fue ver a las cholitas (nombre que reciben las mujeres indígenas que visten el traje tradicional) vestidas de punta en blanco, con mantilla bordada y unos sombreros altísimos que parecen sombreros de copa redondeados. Muchas iban a buscar a sus hijos al colegio, algo que era impensable entre las mujeres chapaquitas de Tarija que yo había visto. Así vestidas y teniendo tiempo para recoger a sus hijos de la escuela (que iban vestidos a la moda infantil paceña) pensé que aquellas mujeres además de no trabajar tenían amplios recursos. Eran algo así como la burguesía indígena de La Paz, lo que para mí eran dos términos separados por un abismo hasta ese momento. Mi otro impacto fue ver a los limpiabotas tapándose la cara con un pasamontañas. Según nos contaron, estos chicos o señores suelen ser universitarios o profesionales que no quieren ser reconocidos en la calle como limpiabotas porque a menudo mantienen en secreto el origen de sus ingresos a su propia familia y amigos. Ver a uno de ellos es una imagen que golpea. Os lo aseguro.

Conocer a alguien autóctono es muy difícil cuando te detienes por unos días en cualquier ciudad. De las pocas personas que se cruzaron en muestro camino en La Paz recuerdo con especial ternura a una cholita que nos atendió en la oficina de correos. Fuimos a enviar un paquete lleno de artículos que no pudimos evitar comprar y de los que queríamos deshacernos con premura para no aumentar el peso de nuestras mochilas, en vistas del ascenso al MaccuPicchu que teníamos planeado hacer. La señora tenía un oficio imposible de ser planteado en el Correos español: cosía a mano los embalajes de los paquetes a enviar para evitar que fuesen abiertos por el camino. Utilizaba una especie de lona azul y blanca como embalaje y una cuerdita blanca como hilo, además de una aguja gigante. Más allá de su ocupación, que ya nos pareció sumamente curiosa, la mujer era una fuente de sabiduría popular y ternura al mismo tiempo. Nos contó que había convencido al marido de su hija para que se quedasen en Bolivia en vez de viajar a España para probar suerte allí. Tenía claro que un viaje como ese significaría perderse los unos a los otros, pues, decía ella, las relaciones no son iguales en la distancia, el cariño se enfría y se acaba perdiendo con el tiempo. Me alegró compartir con ella mi vieja teoría de que el amor hacia la familia no es infinito, no es imperturbable, cambia y puede llegar a desvanecerse si no se abona adecuadamente. Después de despedirnos, fuimos a pagar el importe del envío y oímos a una mujer que decía “No, no hay nadie en la sala de embalajes. Está sólo la cholita”. Yo me conformo de sobras sólo con la cholita.

¡Por cierto! En la oficina nos informaron de que esas cajas verdes ecológicas que vende Correos España son un timo, porque se abren con una facilidad pasmosa si se mojan, que debe ser algo habitual, y los paquetes acaban llegando con 2 o 3 kilos menos de los que salieron. Para que lo tengáis en cuenta. Por el contrario el paquete que enviamos desde La Paz llegó con toda la carga y, para mi sorpresa, ¡con total puntualidad!.

Desde aquí lanzo una reivindicación: ¡reutilicemos! Dejemos de comprar esas cajas de cartón reciclado y volvamos a pedir la caja de suavizante en la droguería; dejaremos de consumir sin sentido y, además, conoceremos al mozo de almacén, que suele estar tremendo.