28 de octubre de 2007

Visita de médico en Ayacucho

Oriol yo nos sumamos a la corta lista de extranjeros que pasan por Ayacucho. Los que vimos eran en general cooperantes o voluntarios. Ayacucho fue la cuna de Sendero Luminoso a inicios de los 70 y por ello una de las zonas más devastadas y que más sufrió con el terrorismo y la “contraofensiva” del ejército. Al calmarse la violencia en la zona, muchas organizaciones no gubernamentales llegaron con grandes proyectos de ayuda y reconstrucción. Según nos dijeron nuestros amigos allí, la intervención de estas ONG fue muy asistencialista; se consiguió mejorar la situación del momento pero no los problemas de base de la población. Además, cuando el conflicto del terrorismo dejó de estar en el candelero, las organizaciones abandonaron la zona de un día para otro. Hoy, Ayacucho es una de las zonas más pobres de Perú y por eso sigue llamando la atención de los voluntarios occidentales.


Allí nos estaba esperando Lorena para mostrarnos los dos proyectos sociales en los que colaboran los voluntarios que envía Oriol a la ciudad. Cuando entramos en las instalaciones del segundo proyecto, una casa de acogida para niños y adolescentes de la calle, los chicos estaban haciendo una clase de danza en el patio. Al acabar, muchos se acercaron a conocernos y a charlar un rato. Hubo un chiquito que se amarró a las piernas de Oriol muy fuerte y le pellizcaba cuando Oriol hablaba con otra persona que no fuera él, como exigiendo atención y cariño. Nos dijeron que sólo hablaba quechua, sin embargo no dejaba de repetirle a Oriol al oído: “cómprame, cómprame”. No me puedo imaginar por lo que habrá pasado ese niño de 9 años, que aparentaba 6. Según nos explicó Lori, la gran parte de esos niños tenía familia, pero sus padres no podían ocuparse de ellos; en la mayoría de los casos, cumplían condena en la cárcel por tráfico de drogas. En Perú, como en todas partes, se combate el tráfico de drogas penalizando a los burriers (personas que ingieren pocos gramos de cocaína para transportarlos a países de Occidente, Brasil o Argentina) en vez de a los empresarios de la droga. Para que tengáis una idea, un kilo de cocaína en Perú cuesta entre 500 y 600 dólares. En España, ese kilo vale unos 60.000 € en el mercado. El que transporta está muerto de hambre y se juega el cuello por 200 dólares, el que recoge los beneficios de la venta está muerto de risa viendo en la tele la noticia del desmantelamiento de una fábrica de cocaína donde no había nadie cuando llegó la policía.


Ayacucho tiene un marcado estilo colonial, al estilo de Cuzco, pero con un cierto aire de decadencia. La llaman la ciudad de las 32 iglesias y, sin embargo, aunque parezca que hay mucho que ver, a media tarde nosotros ya no sabíamos hacia donde dirigirnos. Lori nos ayudó mucho sacándonos a cenar y de copas por la ciudad. Yo probé por primera vez el pisco sour, la bebida peruana por antonomasia, aunque no me mojo a opinar sobre su origen natural, pues existe una enorme polémica al respecto entre Chile y Perú. De hecho, después de unos días entre peruanos, una acaba odiando a los chilenos sin querer de tantas injurias que ha oído sobre ellos, por ese y por otros temas.


Decidimos no quedarnos más tiempo en Ayacucho para llegar a Lima cuanto antes, encontrarnos por fin con nuestro amigo Kike y pasar todo el fin de semana en la capital. Nuestras amigas propusieron una quedada matutina para desayunar juntos y fuimos al mercado central. Nuestro disimulado desayuno consistió en café o chocolate con leche acompañado de un bocadillo de huevo frito. ¡Toma yá! A nuestras espaldas, una mujer se zampaba un picante de pollo a las 8.30 de la mañana. Antes de despedirnos, Lorena desapareció para ir al baño y a su regreso había comprado varios regalos para nosotros. Regalos de boda, dijo. ¿Ahora que tenemos regalos de boda tendremos que casarnos?