25 de octubre de 2007

Al otro lado

Lo primero que vimos de Perú fue Puno, la principal ciudad peruana a orillas del Titicaca. Continuábamos estando al lado del lago pero muchas cosas habían cambiado. El primer bar al que fuimos tenía papel higiénico en el lavabo y la limonada ya no la servían con doble ración de azúcar, sino en su punto (de acuerdo a mi gusto, claro); era fácil encontrar un cajero automático y cartas de menús escritas en inglés. La comparación entre Puno y Copacabana, el pueblo de donde veníamos, tal vez represente el estado de la industria del turismo en Perú y Bolivia. En ésta, casi inexistente, en aquel, super consolidada.

La espera hasta agarrar el autocar que debía dejarnos en Cuzco a la mañana siguiente la compartimos con una pareja de alemanes muy simpáticos, que además hablaba muy bien español. ¡Gracias a dios! Porque yo a esas alturas no estaba como para relacionarme con nadie en otro idioma que no fuera mi lengua materna, pues empezaba a encontrarme realmente mal. Ahí empecé a tener claro que mi malestar no estaba causado por el sirojche, o mal de altura, sino por algún virus americano.


Después de toda una noche de autocar llegamos a Cuzco con la salida del sol, la hora en la que me encanta llegar a las ciudades por primera vez. En ese momento, sin embargo, me importaba tanto como visitar Benidorm. Yo ya estaba que desfallecía, pero el repecho hasta el albergue recomendado, acabó con mi último aliento. Horas más tarde, en el hospital, la doctora me diagnosticó una infección bronqueo-traqueal y 39 y medio de fiebre. Con esa papeleta me convencí de que mi dolor de garganta no era una tontería y tomé aire por última vez para hivernar durante dos días. Supongo que las múltiples drogas que me recetó la doctora ayudaron en el sueño. Yo que tanto me niego a tomar medicación, al margen de mi adorado Anginovag, me comí todo lo que me dieron ¡y porque no me dieron más! Oriol se convirtió en mi enfermero personal a partir de entonces. Un enfermero excepcional: se iba todos los días al mercado central a comprar jugos de fruta recién hechos, caldo de gallina y pechugas de pollo a la plancha.


Cuando yo apenas empezaba a salir a pasear por las calles de la ciudad Johannes y Silke, nuestros amigos alemanes, se despidieron de nosotros para dirigirse a MaccuPichu por una vía alternativa. Antes de irse nos dimos los e-mails para que nos enviasen las fotos de la maravilla del mundo, pues entonces ya intuíamos que nosotros sólo íbamos a verla en instantánea.


Cuzco me parece una ciudad preciosa, totalmente colonial y muy bien conservada. Llama la idea de montarse una pensión y mudarse a vivir a Cuzco, como hizo el propietario del albergue donde nos hospedamos. Pero o lo hacemos pronto o no cabemos, porque la ciudad está llena de hostales por todos lados y plenamente dedicada al turista que está de paso a MaccuPichu. Si sólo caminas por las señoriales calles del centro pareciera que los habitantes de Cuzco son franceses, israelíes y alemanes, pero en los alrededores del mercado central se agolpan los autóctonos que no tuvieron la plata pa’ marcarse un hotelito. Oriol me llevó al mercado para presentarme a las señoras que ya conocía a través de sus caldos y sus jugos y a comer comidita buena por cuatro chavos, que los precios turísticos del centro nos parecían impagables después de pasar por Bolivia.


En Cuzco descubrimos el cuy, como se llama aquí al conejillo de indias. En Perú, y por lo que sé, también en Ecuador, se comen estos animalillos. No son malos, pero son curiosos de comer, la verdad. Sobretodo cuando te sirven esas pezuñitas retorcidas en el plato o ves decenas de ellos muertos sobre el regazo de una señora que los vende en el mercado. A nosotros nos impactó tanto esa imagen que Oriol acabó creándose un alter ego inspirado en ellos: Cury (de Uri y cuy).


Uno no puede irse de Cuzco sin visitar el Qorikancha. Se trata unas ruinas incas que corresponden al que fue el templo religioso más fastuoso del Imperio Inca. Se dice que en la época de los incas (es curioso pero inca en quechua significa rey, lo que quiere decir que en realidad no todos los incas eran incas, sólo los reyes), el Qorikancha estaba cubierto de oro. De hecho Qorinkancha significa “patio dorado”. De ese alucinante templo hoy sólo queda la cantería, entemezclada con la iglesia colonial y el convento de Santo Domingo, que construyeron encima. ¡Ni oro ni ná! Sólo un guía puede proyectar en tu imaginación por un momento la magnificencia de un lugar como ese. Nosotros cometimos el error de entrar sin guía. A los 2 minutos nos vimos en esa situación siempre tan embarazosa que es acercarse como quien no quiere la cosa a un grupo de turistas para oír la explicación de su guía. De algo nos enteramos.


Después de dos días paseando por Cuzco llegó el momento de partir. Yo ya estoba mucho mejor aunque no totalmente recuperada, por eso abandonamos defintivamente la idea de hacer el trekking hasta MaccuPichu y seguimos adelante. Oriol sentía la obligación moral de pasar por Ayacucho, donde existen dos proyectos a los que él envía voluntarios cada año, y conocer la organización y las personas de contacto. Así que decididimos ir hacia allá. Para llegar, teníamos por delante un viaje de 22 horas de autobús, con una escala de por medio. Así que sí o sí teníamos que viajar de día y ver lo que no habíamos querido ver hasta entonces, las carreteras del infierno.