29 de octubre de 2007

Con prisa y sin pausa

Decidir qué compañía de autocar escogíamos para viajar hasta Lima fue todo un asunto. Nos habían contado historias de todos los colores acerca de ese trayecto. Autobuses despeñados por la montaña, autobuses atracados por ladrones en medio de los Andes, autobuses accidentados a media hora de la llegada a su destino…Hay que decir que la mayoría de los cuentitos eran del primer tipo y que en general había 2 o 3 compañías que siempre pringaban y 1 o 2 que solían salvarse. A pesar de las estadísticas, la mayoría de la gente continuaba prefiriendo a esas 2 o 3 que más accidentes tenían. “¿Y por qué?”, se preguntarán ustedes. Pues porque los autobuses (los que llegan) llegan antes. Eso de despacio pero seguro no va con los peruanos. Y bueno… nosotros no somos ningún ejemplo de racionalidad. El autobús que más nos convenía por horario pertenecía a una de las empresas “desafortunadas”, y después de pensarlo un rato, y desoyendo los consejos que nos habían dado, compramos los boletos para el que nos interesaba. ¡Y salió bien! Bueno, fue una tortura de viaje y si no llega a ser por nosotros ni llegamos, pero... Me explico: para una vez que encontramos un autobús con televisor que funciona en todo el viaje, lo utilizan para torturar a sus pasajeros con videos musicales de grupos horterísimos y películas de Arnold Schwarzenegger, todo a un volumen insoportable. Y encima, cuando llevábamos hora y media de viaje, el autobús se para en medio de la nada y nos cuentan que falta agua en el vehículo. Por suerte nosotros habíamos comprado una botella de dos litros antes de salir, que se mantenía aún intacta debajo del asiento, y pudimos hacer nuestra gran pequeña contribución al viaje. En el momento no lo pensé, pero podríamos haber canjeado la botella de agua por unos cuantos decibelios menos en el televisor.


Al final llegamos con dos horas de retraso sobre el horario previsto. Y es normal, porque el autobús no paraba de detenerse para recoger a gente en la carretera. Pasajeros sin billete, que apañaban un precio con el conductor y viajaban de pie las horas que fuese. Nosotros ya estábamos acostumbrados porque en Bolivia esa es práctica habitual. ¿Y es que cómo vas a dejar a alguien tirao en la cuneta en medio de los Andes? No se puede.


Y al final del trayecto, la recompensa: reecontrarnos con Kike después de año y medio. Él era el principal motivo de cruzar a Perú, así que no podíamos perder ni un momento, ahora que por fin estábamos juntos.