5 de octubre de 2007

Mini glosario quechua-español*

1 : Uc
2 : Iskay
3 : Kimsa
4 : Tawa
5 : Pichqa
6 : Soqta
7 : Qanchis
8 : Pusaq
9 : Isqon
10 : Chunka
11 : Chunka Uc niyoq
12 : Chunka Iskay niyoq
13 : Chunka Kimsayoq
14 : Chunka Tawayoq
15 : Chunka Pichqayoq
16 : Chunka Soqtayoq
17 : Chunka Qanchis niyoq
18 : Chunka Pusaq niyoq
19 : Chunka Isqon niyoq
20 : Iskay chunka

I mainaya: Hola
I mainaya ukanki (o kasakanki): ¿Cómo estás?
Kangri: ¿Y vos?
Valechiya: Muy bien
Alli punchai cachu: Buenos días
Chisiai: Tarde
Tuta: Noche
Isparachun: Gracias
Tinku machankama kachu: ¡Hasta luego!

Inti: Sol
Tilla: Luna
Pacha: Tierra
Mayu: Río
Cachi: Sal

Maimata canki: ¿De dónde eres?
Ñaka Kani Barcelona manta: Soy de Barcelona
Kachita Kasa: ¡Qué lindo!
Kachita Kanki: ¡Qué linda eres!

Ñoka: Yo
Kan: Tú
Pai: Él/Ella
Ñokancha: Nosotros
Kankuna: Ustedes
Paikuna: Ellos

Ari: Sí
Mana: No

Warmi: Mujer
Kgochu: Amigo

Yaku: Agua
Anta: Pan

Tia pusun kichu yaku: ¿Tiene un poco de agua?

Unani: Me gusta
Kacha mukui: ¡Qué rica está la comida!
Jaku: ¡Vamos!
Jamui: ¡Ven!

Kanka: gallo
Gnichi: Gato
Kukucha: Ratón
Khurru: Gusano
Runtu: Huevo
P'esko: Pájaro
Orke: Montaña
P'húyú: Las nubes
Wasi: Casa
Incawasi: Casa de los Incas
Maki: Mano
Chaki: Pie
Nigri: Orejas
Simi: Boca
Sengzka: Nariz
Chukhcha: Cabellos
Khayu: Lengua
Kiru: Dientes

Ñaña: Hermanos
Tata: Padre
Mama: Madre
Atun tata: Abuelo
Atum mama: Abuela

* No estoy segura de que la ortografía sea la correcta.

Encuentros y desencuentros en el Salar de Uyuni

Nuestra intención era pasar un día en Tupiza conociendo una ciudad que nadie recomendaba con el objetivo principal de contratar alguna agencia que nos llevase al Salar de Uyuni al día siguiente. Pero al llegar a la terminal de autobuses a las 4.30 de la mañana y presentársenos un muchacho prometiéndonos una salida inmediata hacia el Salar, no tuvimos más que decirle que sí y cambiar nuestros planes. Además, nos dejaba descansar en una cama nuestros cuerpos castigados tras 8 horas de viaje infame.

Aunque la salida no fue tan inmediata como nos prometieron (porque la agencia nos obligaba a pagar en dólares el tour ¡¡en Bolivia!! y si pagábamos en bolivianos nos aplicaba una tasa de cambio totalmente perjudicial para nosotros), salimos aquel mismo día. Un 4x4 nuevo de trinca, un matrimonio de bolivianos, que hacían de guía y cocinera, una pareja de holandeses, que hacían de garrulos y avergonzantes europeos, y nosotros. Por amabilidad cedimos inocentemente los primeros dos asientos del vehículo a los holandeses, relegándonos a nosotros mismos a dos asientos minúsculos en la parte de atrás, en los que Oriol tenía que sentarse de lado todo el tiempo. Harto incómodo, teniendo en cuenta, además, que conducíamos por caminos de tierra en plena montaña. Pero pensamos que sería por un día, a lo sumo dos de los tres que duraba el viaje. De esa cesión nos arrepentimos enormemente cuando descubrimos que nuestros hermanos holandeses no pensaban instaurar un turno rotativo de asientos, muy al contrario, pensaban benefaciarse de nuestra buena voluntad todo el tour. Como comprenderéis, cuando fuimos conscientes de ello hubo una ruptura en ese mini mundo en el que vivíamos sobre 4 ruedas.

¡Pero el viaje en sí fue estupendo! Antes de llegar al Salar de Uyuni visitamos parajes impresionantes como la Laguna Colorada, la Laguna Hedionda... y las pequeñas comunidades que habitan cerca de esos lugares y que viven en su mayoría del cultivo de quinua y de la carne y la lana de llama, alpaca o vicuña. Pocas veces encontramos gente en las comunidades. Nuestro guía nos decía que trabajaban en el campo todo el día y que por eso no veíamos a nadie, pero nosotros empezamos a sospechar que la gente que allí vivía no deseaba el contacto con extranjeros y por eso se escondían cuando llegábamos. Por fin encontramos una comunidad plagada de niños y conseguimos despertar su interés por nosotros y por nuestra cámara de fotos. Y nos quedamos tranquilos.


Por el día andábamos en 4x4 casi todo el tiempo. El guía nos había dicho que podíamos detenernos y bajar en cualquier momento, pero nuestros amigos holandeses y nosotros no teníamos exactamente la misma idea de viajar y a veces se hacía algo difícil acordar el lugar que todos queríamos visitar. Básicamente, nosotros queríamos bajarnos en todos los lugares y a ellos les bastaba con bajar la ventanilla y sacar una foto.

Por la noche dormíamos en humildes estancias que las comunidades preparaban para los turistas y a las que nunca veíamos que se pagase. Un día nos percatamos de que las dos docenas de huevos que llevábamos cargando todo el camino en el maletero habían desaparecido sin que nosotros las disfrutáramos y llegamos a la conclusión de que nuestro guía y su mujer pagaban parte de los servicios de las comunidades con víveres. Comprendimos el escaso valor que tenía el dinero frente a los alimentos en esas zonas, a 4.000 metros de altura y 3 días de camino a pie de un núcleo urbano, donde lo que verdaderamente escasea no es "la plata" sino algo que llevarse a la boca.

La segunda noche decidimos "enfrentarnos" a nuestros hermanos europeos y consultar su opinión sobre la posibilidad de intercambiar los asientos el último día. Ella accedió sin problemas, él, el muy perro, pareció oponerse. Por suerte, la que mandaba en esa relación era ella y a la mañana siguiente nos levantamos más alegres por saber que disfrutaríamos de más espacio para nuestros malhogrados cuerpecillos. El cambio de lugar dentro del automóbil nos permitió acercarnos un poquito más a nuestros compañeros bolivianos y preguntando preguntando conseguimos armar un pequeño diccionario quechua-español, pues no se había dicho aquí, pero nuestra casa movil a 4 ruedas era una verdadera torre de Babel en posición horizontal: se hablaba holandés, inglés, quechua, catalán y castellano. Sin duda, esa fue la mejor jornada. Además fue el día que pisamos el Salar de Uyuni, el salar más alto y más grande del mundo, una extensión enorme y absolutamente impactante. En medio del camino, en medio de una nada inmaculada y salada, se levanta una isla de tierra habitada por cactus gigantes de hasta 12 metros de altura. Se dice que los cactus crecen 1 centímetro por año, así que el más alto de los ejemplares que allí vimos tenía la irrisoria edad de 1200 años.

Cuando llegamos a la ciudad de Uyuni, el viaje se dio por terminado. Los holandeses, ni amigos ni hermanos por ese entonces, exigieron ir a visitar un cementerio de trenes que indicaba su Lonely Planet y a donde nuestro guía se negaba a llevarnos por considerarlo una vergüenza de lugar. Al final se impusieron los neérlandeses y fuimos llevados hasta allí. Lo cierto es que era un sitio curioso, lleno de trenes oxidados por el tiempo y el olvido, con las ruedas enterradas por siempre en la arena; un lugar ideal para rodar alguna escena del Tercer Hombre.

Y hasta ahí. Nos despedimos en Uyuni de nuestros compañeros. De todos, porque nosotros somos unos señores, pero especialmente de nuestro guía y de nuestra cocinera, que son un par de profesionales como la copa de un pino. Si alguna vez queréis vivitar el Salar de Uyuni, no dudéis ni un momento, ponéos en contacto con ellos: wilferchoque@hotmail.com. El nombre del guía es Wilfer y vive en Tupiza. Su mujer se llama Flavia.

A pesar del trote de 3 días sobre 4 ruedas, Uyuni nos tuvo consigo solamente unas horas. Con el crepúsculo Oriol y yo tomábamos un autobús que nos llevaría, después de muchas más horas de las que puedo contabilizar, a Sucre.

3 de octubre de 2007

De nuevo en Tajzara

Quería compartir con Oriol el increíble paisaje de las lagunas de Tajzara, en el Valle de Sama. Yo había estado allí meses antes, en el primer fin de semana en Tarija, acompañada de Gerald y Carolina. Esta vez también tuvimos compañía. Ramón, el marido heredado de Sara y mi compañero de casa, se apuntó en el último momento a la excursión. Nos llevó en su auto: Oriol siempre dormido atrás (todavía le duraba el cansancio del viaje desde Buenos Aires) y yo cabeceando por momentos luchando contra el agradable calorcito del interior del coche. ¡Vaya, que si llega a ser por nosotros dos perecemos en cualquiera de las terribles curvas de la cuesta de Sama! Afortunadamente no fue así y llegamos a nuestro destino sanos y salvos, pero con ganas de mayores aventuras y mucha hambre.

Después de un mediocre almuerzo en uno de los 3 restaurantes del pueblo, seguimos hasta la Laguna Grande. Allí tuvimos un ataque de prepotencia y, obviando el claro nombre de la laguna, nos pusimos a caminar con la intención de recorrer todo su perímetro. Sólo deciros que la Laguna Grande es la ostia de grande y que tardamos 6 largas horas en regresar al punto de partida, cuando el frío y la noche empezaban a recordarnos lo atrevidos que habíamos sido. Pero antes de que llegase la preocupación, disfrutamos de la belleza de centenares de flamencos que al acercarnos alzaban el vuelo e impedían así que dejásemos de mirarlos y fotografiarlos (ese síndrome que creíamos propio únicamente de los japoneses, pero que un día descubrimos con sorpresa también en nosotros mismos, fruto de la era digital).

Para cuando llegamos al coche (confieso que por un momento pensé que la única justificación para que tardásemos tanto en llegar a él era porque nos lo habían robado) había oscurecido y las nubes se paseaban airosas al nivel del suelo; estábamos a 4.100 metros de altura. Cerca de la congelación, nos metimos en el coche e intentamos sortear la niebla con unas ganas locas de dejar atrás aquel lugar húmedo cuanto antes. Será porque lo intentamos que a los 20 minutos nos vimos obligados a parar por un pinchazo en la llanta. Así que bájate del coche, adáptate de nuevo a esa temperatura infernal y cambia la rueda. Afortunadamente, Ramón estaba puestísimo en ese tipo de ejercicios y dotado de todo el material necesario. Así que en menos que canta un gallo volvíamos a estar dentro del coche camino de Iscayachi, de donde esa noche íbamos a coger un autocar con destino final Tupiza.